Se acabó el paseo del ombligo. Oficialmente. Ya estoy de vuelta en mi casa, con anteojos nuevos de sol porque los míos los perdí entre tanto caos, roja a pesar de que el tiempo de playa fue menos de una hora y sentada frente a mi blog, mientras ordeno y analizo y guardo un minuto de silencio.
Fue raro. Lo pasé bien. Aunque me cansé de no ser yo. No tomo, pero en el paseo tomé un poco. No ando por la vida besando gente que no conozco, pero en el paseo besé a un arquitecto. El paseo. Del ombligo. La mitad de una carrera que recién vengo a comprender. Con compañeros que jamás en la vida me habían hablado, carretiando. Tomando sol. Durmiendo de a cuatro en una cama matrimonial. Llenando vasos plásticos con ron, pisco sour, ponche, cerveza, lo que hubiera. Bailando reggaeton. Pensando que, si en Santiago alguien me hubiera estado esperando, no me hubiera costado nada tomar mis cosas y partir.
El no pertenecer. Nunca formar parte totalmente, porque un poquito de mí siempre se aburre antes que el resto y me dan ganas de apagar la música y de buscar un lugar en que todo tenga sentido otra vez.
Ayer caminé por Viña, sola. Le regalé un libro al gallo que me hizo la trenza en la feria, porque me encantó. Un señor me regaló uno de los vasos que vendía, para agradecerme unos chocolates. Me junté con mi hermano y hablamos de la vida, y nos fuimos a su casa en dos micros. Alojé allá. Hoy temprano bajé al terminal y leí el diario mientras esperaba el bus de vuelta.
Fue un buen fin de semana. Lo pasé bien. Pero no es lo mío, me queda claro. Lo mío es más de verdad.
No extrañé Starbucks ni mi casa.
Me extrañé a mí.
Eso es todo.
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1 comentario:
...definitivamente ese fin de semana dejaste a Elisa en Stgo... si el que te conoce te hecha de menos si no estas me imagino lo que habras pasado tu. Nunca mas dejes de ser tu misma.
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