jueves, diciembre 22, 2005

rescate novecientos once

Ayer amenazaron a la nana de la casa de al frente.

Un hombre se acercó a ella cuando salió a botar la basura, le puso una pistola en la espalda y la obligó a entrar. Era moreno, de pelo corto y usaba terno a rayas con corbata roja.

Cuando yo llegué a mi casa de vuelta del casting, mi calle estaba llena de autos de empresas de alarma, y de carabineros, y de guardias municipales. Me acerqué a uno de anteojos. Me contó que el tipo no alcanzó a robar nada y salió corriendo Martín de Zamora arriba.

Qué miedo.
Siempre pienso que me va a pasar.

Que alguien me va a disparar en la micro, antes de suicidarse. Que voy a estar en medio de una balacera narcotraficante sin darme cuenta de cómo llegué, hasta que muera. Que mientras camino de noche alguien me sigue porque ya estudió todos mis pasos y mi rutina y sólo espera a que esté un poco más oscuro, o a pasar cerca de un pasaje, para taparme la boca y encañonarme. Que un cliente va a estar de pie enfrente de mi caja y en vez de pedir un café, me va a pegar un tiro.

No es miedo a la muerte. Es no ser capaz de concebir cuánto me afectaría una situación así en realidad. Darme cuenta de que seguro los diálogos que imagino y me salvan de cualquier tipo de ataque, como cuando una vez le dije señor al ladrón del sur y me devolvió mis cosas, no llegarían a ser reales porque el pánico me paralizaría. Es la idea del dolor. No saber hasta qué punto se siente y cuándo es tanto que se deja de sentir. Es ese momento a merced de alguien más, indefensa, nadie.

Mi mente me domina.
Me cuesta distinguir lo real de lo imaginario.
Ni siquiera estoy segura de que haya alguna diferencia.

2 comentarios:

Lilith dijo...

pero
tanto miedo?
aunque yo igual soy bastante imaginativa, no critico

Saludos

gab diaz dijo...

oh! terror! muy entretenidos tus relatos. seguro que es agotador ese ritmo de paranoia e imaginacion. igual ojo con no victimizarte con ese discurso de inseguridad y delincuencia tan de moda en nuestro chile.