Ayer amenazaron a la nana de la casa de al frente.
Un hombre se acercó a ella cuando salió a botar la basura, le puso una pistola en la espalda y la obligó a entrar. Era moreno, de pelo corto y usaba terno a rayas con corbata roja.
Cuando yo llegué a mi casa de vuelta del casting, mi calle estaba llena de autos de empresas de alarma, y de carabineros, y de guardias municipales. Me acerqué a uno de anteojos. Me contó que el tipo no alcanzó a robar nada y salió corriendo Martín de Zamora arriba.
Qué miedo.
Siempre pienso que me va a pasar.
Que alguien me va a disparar en la micro, antes de suicidarse. Que voy a estar en medio de una balacera narcotraficante sin darme cuenta de cómo llegué, hasta que muera. Que mientras camino de noche alguien me sigue porque ya estudió todos mis pasos y mi rutina y sólo espera a que esté un poco más oscuro, o a pasar cerca de un pasaje, para taparme la boca y encañonarme. Que un cliente va a estar de pie enfrente de mi caja y en vez de pedir un café, me va a pegar un tiro.
No es miedo a la muerte. Es no ser capaz de concebir cuánto me afectaría una situación así en realidad. Darme cuenta de que seguro los diálogos que imagino y me salvan de cualquier tipo de ataque, como cuando una vez le dije señor al ladrón del sur y me devolvió mis cosas, no llegarían a ser reales porque el pánico me paralizaría. Es la idea del dolor. No saber hasta qué punto se siente y cuándo es tanto que se deja de sentir. Es ese momento a merced de alguien más, indefensa, nadie.
Mi mente me domina.
Me cuesta distinguir lo real de lo imaginario.
Ni siquiera estoy segura de que haya alguna diferencia.
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2 comentarios:
pero
tanto miedo?
aunque yo igual soy bastante imaginativa, no critico
Saludos
oh! terror! muy entretenidos tus relatos. seguro que es agotador ese ritmo de paranoia e imaginacion. igual ojo con no victimizarte con ese discurso de inseguridad y delincuencia tan de moda en nuestro chile.
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