Genial.
Hace poco pasé mucho rato sentada en una salita llena de gente, Manuel Montt, esperando a ver si participaba de un casting. Hasta que me enteré que era en bikini. Cero ganas de desfilar frente a una cámara mostrando mi cuerpo mientras preguntaba por qué mejor no nos tomábamos unas cervezas. Pero me reí mil horas.
Había personas muy normales, un grupo de amigas que me recordaron a las mías, unos tipos buena onda que hablaban de cómo habían quedado ya antes de entrar a la prueba de cámara y esas cosas. Pero también había demasiados homosexuales no asumidos (cero rollo con los gays, pero odio esa horrible costumbre de las pantallas) y minas recién salidas de una peluquería y un solarium que no sabían dejar de estar serias y mirarse al espejo.
Me reí de lo absurdo que parecía todo. De esa manía de convertir el cuerpo en un montón de huesos con silicona. Del comentario de una de las chicas de tevé: 'pensar que estudio periodismo y no puedo aprenderme este diálogo'. De un fisicoculturista de ojos azules que sólo había llevado zunga porque había olvidado el traje de baño.
Son escenarios que, en cierta forma, me hacen recordar por qué yo soy como soy. Y es más que porque no quiero ser como ellos. Es porque he aprendido que la belleza no radica en qué tanta homogeinización logremos (en cuerpos, en caras, en letras), sino, al contrario, en la diversidad que constituye al ser humano. Siendo yo, soy perfecta. Nadie será mejor yo que yo misma.
Me sentí linda.
Brillando.
Se está haciendo de noche.
miércoles, diciembre 21, 2005
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