Creo que es primera vez que vuelvo sola, a esta hora, de Starbucks.
Mientras esperaba taxi en Apoquindo, pensé que quizá me daría miedo. Siempre he sido cobarde, más todavía si es de noche. Pero no. No tiene nada malo caminar un poco en silencio y quedarse de pie en un paradero vacío. El taxista fue un encanto conmigo. Hasta me esperó a que entrara a mi casa antes de irse. Debe ser toda una experiencia trabajar manejando para personas hasta las dos o tres de la mañana todos los días. Quién sabe con quién se encuentra. Dijo que le había pasado un poco de todo, aunque agradecido de que nunca lo hubieran asaltado. No le pregunté su nombre. Se me pasó. Nos vinimos conversando y me descontó setenta pesos. Le regalé un sandwich y un jugo de chirimoya. Tiene dos hijos, uno ya terminó la universidad y otro estudia leyes.
Después de una tarde más o menos triste, es lindo entrar a mi pieza sonriendo.
martes, octubre 18, 2005
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